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Crecer en un pequeño pueblo de Cuba nunca fue un impedimento para alimentar la curiosidad que tenía sobre el mundo, sabía que la comunicación formaba parte de su destino y descubrió que ese don llevaría las riendas de su camino, que querría ir más allá. Por eso, como en una escalera, fue pisando firmemente cada peldaño, paso por paso. Primero, debía convencer a su madre de mudarse del pueblo montañés en el que nació a Santiago de Cuba, la ciudad más cercana, con el propósito de estudiar en aquella localidad y así conocer otras perspectivas.
Desde los ocho años la radio acompaña sus días, siendo su oportunidad para “abrir la mente”, contribuyendo a sus ansias de ser un ciudadano global y tener la capacidad de ver el mundo con sus propios ojos. Mientras tanto, su carrera como locutor y periodista ascendió, convirtiéndose en una personalidad popular en la isla y una imagen reconocida. Pero a sus 20 años de edad, Ismael quería ir por más.
Salir en balsa desde Cuba hasta la estación naval Guantánamo se le presentó como una opción tentadora para cumplir su cometido, así que en 1992 se atrevió a intentarlo. La salida estaba coordinada para un miércoles, sin embargo, Ismael se topó con que el viaje había sido adelantado para el lunes: “Me dejaron”. En su momento pareció una desdicha y a pesar de las emociones, prometió a su madre no intentarlo nuevamente.
Por improbable que parecía, la verdadera oportunidad de su ansiada salida a otras tierras llegó gracias a su esmero y capacidades para comunicar. En el año 1998, Canadá celebra el festival multicultural Caravan, en el que Ismael es llamado como parte de la delegación cubana. Luego de 11 días, resuelve quedarse. ¿Decisión difícil? No para él, puesto que finalmente lograba su sueño de conocer otro sitio, ¿desafiante? Por supuesto, pagaría un precio muy alto, quizás lo tildaran de traidor en su tierra y debía desapegarse de su familia. Pero esa oportunidad representaba lo que siempre quiso para él.
Fue esa su primera experiencia como inmigrante, empezando desde cero y dejando atrás la época en la que había tenido reconocimiento por su trabajo, debió ganarse el respeto y cariño de las personas laborando como mesero, al “servir a la gente”.
Dos años de “tregua fecunda” fueron los necesarios para lograr reconectar con la televisión, volviendo a ejercer su profesión. Describe la migración como unas “almas que fluyen”, haciendo énfasis en que no importa dónde estemos, podemos crecer en otras latitudes y hacer aquello que amamos, rompiendo de esa forma las líneas divisorias.