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Manuel Hernández creó una ciudad vista desde el aire, geométricamente planificada y en tonos oscuros, de tanto smog respirado. La levantó a partir de sus nociones como arquitecto egresado de La Universidad del Zulia y la coloreó con la sangre fluida por la vena nutrida en la escuela de arte de la Secretaría de Cultura. Sus obras de indiferente formato nacieron como planos casi urbanísticos, en los que el artista fue incorporando abstracciones de la naturaleza, hasta que, utópica o esperanzadoramente, esa naturaleza se volcó sobre el concreto, ocupando el papel protagónico sobre el que firma Manuel. Maracucho “de pura cepa, soy un humorista nato”, incorpora su humor esencial a sus cuadros en acrílico –con participación especial del creyón– haciendo hablar a sus personajes a manera de comics. El estilo que maneja actualmente, y que lo distingue y representa en el mundo que frecuenta –en el 2004 participó en una exposición colectiva y una individual en Venecia, donde fue muy bien acogido– es el de la figuración de animales. Y es que los personajes que en la imaginación de Manuel conciben frases de lo más ocurrentes pertenecen a la fauna: elefantes, rinocerontes, perros y la musa de todo este zoológico de elocuencias, la mariposa, que fue el primer ser vivo que se posó sobre su pintura. “La obra va evolucionando a medida que uno va trabajando, llegando a salirse del cuadro”. Así pasó de los tonos fríos a la utilización de cálidos vibrantes. Así creó la tierra y luego a sus pobladores, los animales, y así les dio el habla y los hizo maracuchos, con una chispa que entra en salones y viaja por galerías europeas y asiáticas, en cuadros que exhiben su horror vacui, haciendo imposible hallar un solo espacio en blanco. Al menos en el mundo ideado en más de siete días por Manuel Hernández. E.R.