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“Dejé mi casa –en Valencia, Venezuela–, de forma definitiva, a los 16 años, emprendiendo un viaje a República Dominicana. Fue en el año 2002. Ya había estado allí antes, hace un año, pero tuve que volver a Venezuela enfermo por hepatitis. Así comenzó mi historia de lucha y descontento, por el sueño de estar en las grandes ligas.
‘Tú me dices y sacamos las maletas, dime una sola palabra y no se va a ningún lado’, me decía mi madre en el aeropuerto, ya que la experiencia de hace un año había sido difícil, en Dominicana supe –por primera vez en mi vida– lo que era pasar hambre. Al principio me costó, no era algo a lo que estuviera acostumbrado, en mi casa tenía las tres comidas de forma religiosa, entre arepas y comida italiana. En mi familia, si le echas mayonesa a la pasta, pecas. En Dominicana tuve que aprender a comer pasta con leche, cebolla y cosas raras, sopa de patas de pollo todos los días o yuca con batatas y mortadela frita. Todo era totalmente diferente y creo que eso fue lo que más me costó al principio.
Sentía que iba nuevamente a un lugar en el que no me sentía a gusto, la calidad de vida no era a la que yo estaba acostumbrado. Por lo tanto, tenía dos opciones: abandonaba todo o tomaba el trabajo que estaba pasando para reunir fuerzas y lograr mis sueños. Obviamente me decidí por la segunda. Los beisbolistas nos vamos muy temprano de la casa, sin un plan B.
Pocos se gradúan de bachillerato, algunos no tienen ningún grado académico y es complicado estar consciente del panorama, saber –desde los 15 años– que si no llegas a las grandes ligas, no habrá nada qué hacer después, eso sin duda te mantiene aún más enfocado en perseguir tu sueño, a ponerle más esfuerzo a cada día.
Mi otra ancla eran mis padres, muchas veces llegaba de las prácticas llorando, sintiéndome mal, contándoles que no tenía qué comer. Ellos, por su parte, me decían que esa fue mi elección, que debía asumirla y hacerme hombre, luego me colgaban el teléfono. Definitivamente ellos fueron claves para mantenerme firme.
Considero que sin todas las experiencias que tuve que enfrentar, no habría podido asumir lo que era estar en Estados Unidos, siento que fue una base para saber cómo levantarme. Las cosas negativas que pude pasar al adaptarme en Estados Unidos –a pesar de que no les importara si no te podías comunicar con ellos–, no se comparaban a cómo me sentí en Dominicana, pero yo seguía trabajando con el corazón. Debuté con los Yankees en el año 2008, al ver la tribuna repleta pensaba en todas las cosas que me llegaron a molestar, definitivamente valieron la pena y resultó en una experiencia inolvidable”.