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Luis Omar Tapia, la noche del 9 y ½

Luis Omar Tapia, la noche del 9 y ½

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Luis Omar Tapia, la noche del 9 y ½

Revista

26 febrero, 2018

CHARCOUSSE, Omar

«Desde niño me empecé a enamorar del fútbol, a los 12 – 13 años. Vivía en el barrio San Telmo de Buenos Aires, y desde chico se hablaba mucho acerca de este niño también, dos años mayor que yo, de nombre Diego Armando Maradona, que iba a debutar en el equipo de Argentinos Juniors en primera división. Cuando Diego debutó tenía 15 años, yo tenía 13 y también jugaba fútbol en los potreros, estacionamientos vacíos y baldíos en San Telmo. Jugaba en el parque Lezama, que está en camino hacia La Bombonera, el estado de Boca Juniors. Incluso también en la Plaza Constitución había unos espacios verdes donde podíamos jugar, y la peligrosa avenida 9 de julio. Así que ahí, a esa edad, andábamos corriendo atrás de la pelota y todos nos imaginábamos que éramos Diego Armando Maradona. Toda Argentina hablaba de este niño gordito, bajito, con un talento de otro mundo. Entre mis compañeros y amigos, que estudiábamos juntos, estaba Sebastián «El Gallego» González, quien terminó siendo jugador profesional. Sus padres lo llevaron a jugar a Ferrocarril Oeste, un equipo profesional del fútbol argentino. A mí me querían llevar para allá y mi papá decía «no, no, no, él va a jugar en Boca Juniors», porque Diego Armando Maradona había dicho desde chico que él era aficionado de Boca y que algún día iba a jugar allí, yo dije: «Si Diego tiene ese sueño, ¿por qué yo no?». Todos a esa edad pensábamos que éramos Diego. Tuve la oportunidad de llegar a cierto nivel como futbolista, jugué en una universidad en Estados Unidos lo que se llamaba fútbol rápido, que de alguna manera era lo que se consideraba profesional, y también jugué en las ligas regionales, consideradas semi profesionales. Además, soy zurdo y terminé jugando con la número 10. Con el pasar de los años, para mí Diego Armando Maradona, más allá de que hoy se hable de Cristiano, y que se siga hablando de Messi, yo he tenido el privilegio y la fortuna de haberlo visto, sigo viendo a Messi y a Cristiano; y sigo pensando que Maradona es mucho más jugador que los dos galácticos de hoy día en el fútbol mundial, como futbolista. En temas personales no me meto, pero como futbolista, sigo pensando que es mejor que ellos dos. Así pasaron los años, y en esa época también había otro jugador que era profesional. Muchos compañeros que eran un poco mayores que yo, más allá de la afición que tuvieran por otros equipos, decían que la gran figura del fútbol argentino era Mario Alberto Kempes. Y en efecto, lo era. Luego, unos años después, termino trabajando en la televisión relatando partidos, pegándome viajes de un lado a otro. Y así llegó el gran día: la final de la Uefa Champions League en Estambul, 2005. La producción de Espn, el canal donde trabajaba, me dice: ‘estos son los talentos que van al estudio, en cancha vamos a tener a tal persona, y en el palco para el relato estará Luis Omar Tapia, Mario Alberto Kempes y Diego Armando Maradona…’ Imagínate, a mí se me partió el corazón. Decía ‘¿cómo es posible? No, no, me están jodiendo’. A Mario lo había conocido hacía un año atrás. Cuando Maradona viene subiendo la escalera -a 10 minutos para ir al aire-, yo me quedé seco, se presentó conmigo directo con mi nombre. Me dijo ‘Luis Omar, cómo te va, qué tal’. Yo decía ‘esto no puede ser’. Me doy vuelta y le digo a Mario: ‘hoy voy a jugar de 9 y medio’. Y Mario dice ‘qué carajo estás diciendo, eso no existe en el fútbol’. Le dije ‘Tengo los dos mejores 10 en la historia del fútbol argentino, campeones del mundo’. Tenía a Mario Alberto Kempes a mi derecha y Diego Armando Maradona a mi izquierda. Fue una sensación fabulosa, una experiencia inolvidable, algo que durará por siempre. Ese momento me llenó de orgullo. Seguía pensando que era Maradona y Kempes, como cuando chico me dejaba el pelo largo como Kempes y jugaba al estilo Maradona cuando me tocaba. Al inicio de la transmisión, cuando digo ‘comienzan 90 minutos del deporte más hermoso del mundo’, Maradona se acerca a mí, me toca el hombro, me muevo el audífono para escucharlo y me dice: ‘es la frase más linda que he escuchado en mi vida’.