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Para Pedro Emilio Henríquez Fuenmayor las cámaras fotográficas eran tan comunes en su niñez como cualquier juguete. Siempre vivió rodeado de ellas. Nació un 22 de marzo de 1984 y fue en su primer año en la escuela secundaria cuando comenzó a asistir en sus múltiples compromisos a su padre, el fotógrafo de bodas Edgar Henríquez. “Al principio me presionó, cuando lo estaba asistiendo me decía que tomara yo las fotos y así empecé. Cuando estaba por graduarme una profesora preguntó quién conocía un fotógrafo para un bautizo y me ofrecí; aunque no tenía práctica me fue bien. Desde ahí se comenzó a dar todo”.
Pedro vivía la fotografía como un hobby y no como un oficio. Pero un taller en Caracas con el afamado fotógrafo Markos Leave cambió su perspectiva. “Era algo muy diferente a lo que hacía con mi papá, pude ver y aprender más de la parte artística y me encantó”.
Su aspiración era ser ingeniero mecánico e inició la carrera, pero en poco tiempo y sin planearlo la fotografía se convirtió en su única profesión.
Quiso hacerse un nombre y se formó como asistente fotográfico dentro del equipo de Iñaki Ibarlucea, perfeccionando su técnica.
Absorbiendo lo aprendido decidió lanzar su propia firma como fotógrafo. Fue uno de los primeros en su ciudad natal, Maracaibo, en trabajar con cámara digital. Importantes personalidades de la sociedad marabina han capturado sus momentos especiales con el lente de Pedro, quien también ha incursionado con éxito en la fotografía publicitaria. Hoy, diez años después, sigue estando entre los fotógrafos más solicitados incluso fuera de Venezuela, trabajando en locaciones de Aruba y Estados Unidos.
Opina que lo más importante para el profesional de la imagen es quitar la palabra ‘No’ de su vocabulario. “Tienes que ser abierto con la gente, nunca decirles que no puedes hacer algo o que no se ve bien. Hay que superar los imprevistos y transmitir sus emociones”.
Asegura que cada momento que ha capturado es especial, aunque algún día le gustaría fotografiar un evento de la realeza. “Cuando era niño quería dibujar a la gente tal como la veía pero no me salía. Hoy lo puedo hacer a través de mi cámara. Me gusta que mis fotografías se vean igual de bien hoy o años después. Me gusta que guarden historia”.
Para él, lo mejor de ser fotógrafo es la cercanía con la gente. “Cuando haces un buen trabajo las personas lo agradecen, te toman cariño por que captas sus mejores momentos y en cierta forma te vuelves parte de cada familia”.
Gracias a su oficio conoció a su esposa en una boda. Hoy comparte con ella su pasión profesional y su amor por su mascota, un perro llamado Nikon.
Mientras tiene la fortuna de vivir de lo que más le gusta, Pedro sueña con alcanzar nuevas fronteras con su trabajo, llevar la fotografía de bodas a otro nivel y exponerla internacionalmente. “Los sueños se cumplen, pero hay que saber dibujarlos”, concluye. M. A. C.
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