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Cambió el piano por un sintetizador y sus estudios de música académica por Composición y música electrónica en Berklee y Computer Music en el Massachusetts Institute of Technology. En parte le debe esta decisión a Genesis, Yes y la maestría del teclado de Rick Wakeman, que lo enamoraron del rock progresivo en su adolescencia. Varias décadas después, Miguel Noya es referencia para cualquier conocedor del movimiento de la electrónica en Venezuela.
Para Miguel es de vital importancia incorporar las raíces originarias de los instrumentos precolombinos desde el respeto y la apreciación por las culturas aborígenes del continente. Esa admiración lo llevó a unirse a Enrique Rincón y Carlos Conde de Etno E3, músicos zulianos que han trabajado con instrumentos indígenas, para crear una fusión de sonidos electrónicos marcados con el beat de las raíces venezolanas.
Uno de sus primeros proyectos, Esferas vivientes, plantea la idea de que los planetas son seres vivos que se comunican entre sí a través de la música y el arte; un universo en donde los seres humanos no son más que un mero componente. Con esta manera de ver el mundo y entre el calor y ajetreo previos a una presentación, nos habló sobre el movimiento de la música electrónica en Venezuela, la energía vital de la tierra y las razones para seguir creando en su tierra natal.
¿Dónde estás residenciado?
Aquí. Yo estoy residenciado en el planeta Tierra. No me pienso ir pero tampoco quedarme, porque puedes estar aquí y no estar queda’o. Creo mucho en esto de las raíces, en la estructura del homeland, de la tierra en donde se nació y trato de apostar a que esto va a cambiar de alguna forma u otra, pero por los momentos lo que nos queda es esto, estas colaboraciones y hacer música.
¿Cómo fueron tus comienzos? ¿Algo hizo que te enamoraras de la música electrónica?
Empecé a estudiar piano, teoría y solfeo a los siete u ocho años en un conservatorio en Valencia, pero en la adolescencia descubrí el rock, que aún sigo escuchando.
Empecé a tocar un poco de guitarra y piano en la Valencia de los años 70 cuando hacer rock era muy, muy complicado por lo caro de los instrumentos. Empezaron las dinámicas del tipo «me gusta mucho esto pero la música seria es esta, tiene más notas y más técnica» hasta que empecé a escuchar rock progresivo como Yes y Genesis. Cuando escuché Close to the Edge, el disco verde de Yes, dije: «Ahora comulgo las dos» y ahí comencé a tomar más en serio la música. Con los sintetizadores de Rick Wakeman me di cuenta de que eso era lo que quería hacer. Me pasaba horas haciendo sonidos, los grababa en cassettes y hacía experimentos intuitivos.
En los 70, la información llegaba con dos meses de retraso a través de una revista argentina que se llamaba Pelo. Si los argentinos se enteraban de un disco que salió en Europa, tardaste dos meses en enterarte por la revista, y para que las disqueras locales decidiesen traerlo, tenía que ser un producto que ellos pudiesen vender. Yes no ibas a escucharlo en una estación de radio en Venezuela. Obviamente, cuando llegué a Estados Unidos a estudiar en el 78, ya los ingleses habían declarado la muerte del punk, cuando apenas se estaba comenzando a escuchar en el resto del mundo. Me tocó ver un poco el surgimiento del new wave y grupos como Devo y Gary Numan que era techno.
Hay mucho de Venezuela en tu música…
Claro. Estoy aquí y soy venezolano. En las últimas ediciones que he hecho no hay una influencia clara del folclor venezolano, pero sí se siente la energía de la tierra; yo me guío por la energía natural y el paisaje, que es mi mayor fuente de inspiración. Positivo o negativo, mi música lo puede reflejar. De hecho, el primer disco que saqué de vinil se llama La Gran Sabana y la pieza que sale al comienzo tiene una serie de sonoridades hechas electrónicamente para emular sonidos de grillos y ranas que escuchaba en mi casa.
Tomas toda esa inspiración de la naturaleza y por eso Venezuela se siente de alguna forma en tu música. ¿Algún artista venezolano te ha inspirado?
Vytas Brenner, Gerry Weil, las tonadas de Simón Díaz. Tengo una serie de piezas que son ambient, esas sí tienen toques folclóricos. A lo mejor las incluimos en los conciertos que vamos a hacer, como una que se llama Aguaplana, que tiene melodías inspiradas en las tonadas de Simón Díaz.
Hay algo curioso: los últimos trabajos de Arca -que es un músico importantísimo- son inspirados totalmente en las tonadas de Simón. Incluso, Utopia, el álbum que hizo con Björk, tiene un muestrario de sonidos de pájaros venezolanos.
En el 2012 se hizo una colaboración de varios compositores latinoamericanos e hicimos una pieza concreta con una sola regla: la utilización de sonidos de pájaros locales. Yo escogí los conotos porque tienen un sonido vital muy interesante.
Entonces, si lo que te inspira es la naturaleza, ¿cómo es tu proceso de creación? ¿Sales y dices: «OK, voy a hacer algo con esto»?
Es por proyectos. Si, por ejemplo, yo digo: «Bueno, yo creo que ya llegó la hora de grabar un disco», me siento y ya ahí saldrá. Lo hago por objetivos: si tengo que grabar sonidos o partes de sonidos, normalmente lo que hago es buscar uno que me sea atractivo y a partir de ahí empiezo a componer. O, por ejemplo, en el caso de mi banda Dogon, con un norteamericano que se llama Paul Godwin, cuando nos reunimos para este nuevo ciclo en el 2013 le dije que hiciéramos piezas cantadas con letras y contenidos que tuvieran que ver con la parte emocional y problemas de la adultez. Las piezas que yo compuse, las partes armónicas, quise desde el principio que fueran secuencias armónicas a partir de una base con acordes de sexta aumentada.
Dentro de la música en general, la electrónica es un género muy amplio. Hablando de Venezuela, Todosantos, Vytas Brenner y Gerry Weil entran en el género, pero todos son cosas completamente distintas. ¿Qué piensas sobre este movimiento en el país?
Venezuela siempre ha sido una sociedad –porque yo no la veo como país- históricamente progresista e impulsada a «echar pa’ lante». Sino no existiera Soto, no se hubiese inventado el cinetismo y no tuviéramos a Gerry Weil, un austríaco que toca jazz mezclándolo con merengue venezolano. Si piensas en lounge… ¡por favor! Aldemaro Romero lo hacía con ritmos venezolanos 20 años antes de que se pusiera de moda. Obviamente en algunos momentos hemos estado detrás de Latinoamérica, pero musicalmente Venezuela siempre ha tenido un nivel mayor. El nivel orquestal de aquí supera al de cualquiera, pero la mayoría ya se ha ido. Caso Alexis Cárdenas, que tiene años viviendo en París y ya no regresa; Gabriela Montero, que fue de las primeras que se hicieron top y lo sigue siendo; y Gustavo Dudamel, con todos los problemas que tiene la gente con él, pero es el responsable de que se haya reafirmado la movida venezolana afuera.
Parte del trabajo es educar al público con conferencias y trabajos como el tuyo. ¿Qué crees que haga falta para alejar a la electrónica de ese estigma de «música de fiesta» o «música para bailar»?
Hacen falta más propuestas realmente innovadoras y dedicadas a eso. Todo el mundo quiere ser músico y la democratización de la tecnología te permite hacer una pieza en tu casa, con una PC, muy fácilmente. Eso está bien y el hecho de que lo puedas hacer te convierte en un prosumidor. Pero desde el punto de vista técnico, de composición y estructura, deja de ser interesante. Queda la ambigüedad: ¿es música o no es música? Es simplemente un producto que funciona dentro de un placeo porque el 90% de esa música es puesta en una fiesta donde el público está alterado de alguna forma; al estar alterado, las reacciones ante los estímulos repetitivos, 4×4 con unos beats específicos, te hacen creer que es una cosa sublime. Ahora, escucha esa misma música en tu casa sin ningún tipo de alteración y a ver si tú puedes soportar dos horas con eso.
Pero eso no quiere decir que no tenga una función; tiene una función chamánica, porque no tiene sentido desde el punto de vista individual. Es un estado de euforia, el mismo que alguna gente puede tener ante un líder político, pero hay gente que necesita de estos estímulos exteriores para sentir algo.
Cuando yo estaba niño no tenía un grabador de cassette, apenas había un plato y diez discos de música clásica, yo no estaba todo el día poniendo el disco, pero mi exposición a la música era en los conciertos y a finales del siglo XIX era si tú tocabas un instrumento o ibas a un concierto; hoy, la música se ha transformado en un elemento decorativo.
¿Se puede seguir llamando «música»? Claro, sigue siendo música y para tener propuestas nuevas tiene que haber gente dispuesta a arriesgarse a ser ellos mismos. El verdadero artista es muy egoísta y tiene que serlo por una razón muy sencilla: si estás metido en una idea o tratando de desarrollar algo, no pierdes tiempo en dividirte y perder el foco de lo que tu inspiración te dice que es.
Hay un concepto que a mí me encanta, que es que los pensamientos son unidades vivas que se encriptan en la mente, que ni siquiera los generamos nosotros. Muy Matrix, muy Black Mirror.
¿Crees que en algún futuro la música se irá alejando más de lo acústico hacia lo electrónico?
No. Eso va a depender de la evolución del cuerpo humano.
¿Por qué lo dices?
Está relacionado con el concepto de «singularidad» desde el punto de vista de Kurzweil, el inventor de la empresa de teclados y del aparato que recita y lo lee para sordos.
¿Cuál fue la principal motivación para hablar sobre música electrónica en la actualidad?
Acabo de hacer una serie de conferencias sobre música electrónica en Alemania y tenía preparado el material. Hablo de la actualidad, de lo que he visto, y quiero educar a los chamos que son DJ, a los chamos que hacen música para fiesta, que vean primero que la historia de la música electrónica en Venezuela empezó en el año 67 con un laboratorio que se hizo en la concha acústica de Bello Monte; que conozcan sobre Isabel Aretz y Alfredo del Mónaco, que es un nombre muy importante en la composición venezolana y murió recientemente.
Tienes 30 años en esto. ¿Cómo ha cambiado la música electrónica en Venezuela desde ese entonces?
Hay muchas más propuestas. Ahí donde lo ves, tenemos a Arca.
¿Cómo ves el futuro de la electrónica en Venezuela?
El rollo de Venezuela es que primero tiene que limpiarse espiritualmente de todo este zaperoco. Tiene que eliminar la brujería, la magia negra y toda la mala vibra porque el hecho de que los viejos de 80 años tengan que hacer cola de 12 horas para cobrar 200000 bolívares es una aberración tan grande que hace que el arte sea irrelevante, pero al mismo tiempo es una forma de mantener un balance energético.
Estas propuestas de balance energético no pueden venir de una fiesta rave, tienen que venir de una propuesta artística seria, consciente, concreta y muy trabajada. Primero, con una energía no de resistencia, sino de antifragilidad, o sea: «esto soy yo, esto es lo que hago y yo abro mi espíritu y mi corazón a esto». Ese momento de honestidad completa, indudablemente afecta al público.