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Yo conocía a un superhéroe

Yo conocía a un superhéroe

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Yo conocía a un superhéroe

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Sufrí de problemas de crecimiento a los doce años. Era finales de los años setenta, jugaba bien el fútbol pero me faltaba fuerza y cada vez que entraba al campo cualquier forcejeo me lesionaba, así que mi entrenador me recomendó ejercitarme si deseaba continuar. El único gimnasio que existía en Maracaibo para aquel entonces se llamaba Levy Páez. Ahí conocí al que años más tarde sería este gran superhéroe: un servidor social.

15 febrero, 2017

ILUSTRACIÓN: YASMIRA ACOSTA

Ubicado en la calle 72, era un sitio de encuentro social, cultura, político y además de desarrollo del cuerpo. Iban los más «pesados», y no de cuerpo precisamente hablando, de la ciudad a ejercitarse  y me habían dejado entrar a mí: un joven de doce años para alzar pesas y poder superar mi problema físico. Siendo sólo un niño en ese mundo de grandes, este futuro superhéroe me ayudaba a subir pesas. Siempre pendiente de mí, me corregía las posiciones y guiaba las sesiones. Para entonces él tenía veinte años y lo llamaban con un pseudónimo que sus compañeros en la Disip le habían asignado como un código. Desde ese entonces su vocación de servicio ya se evidenciaba. Era muy querido dentro del gimnasio. Carismático era la palabra que mejor lo definía, cualidad que poco coincidía con su apariencia de policía rudo, de pocos amigos y sin rastros de humildad. Desde la perspectiva de un niño lo veía tan fornido como un físicoculturista y supremamente alto.

Años después, ya adulto me lo encontré de nuevo. Sin que él supiera que yo era aquel niño que ayudaba  a alzar pesas y subir a la barra. Llegó a hablar con admiración de mi trabajo sin sospechar que más lo admiraba yo por su labor.

Acostumbrados a los superhéroes de nacionalidad estadounidense, con superpoderes sobrehumanos o con tecnología de avanzada, millonarios o humildemente marcados por alguna tragedia familiar, siempre vestidos con trajes de lycra, pegados al cuerpo para que los villanos no dudaran de su musculatura, sin desamparar su antifaz y su respectiva capa, éste era un superhéroe diferente. Carecía de arrogancia, se vestía de traje, su rostro siempre estaba al descubierto, su insignia era un chapa de policía,  su arma nunca la mostraba, medía escasos 1,68 metros pero pesaba ochenta y cuatro kilos de músculo y fortaleza física. Volaba, pero sobre las ruedas de su camioneta a prueba de balas. En Maracaibo existía una figura que cumplía con todos los requisitos de un superhéroe, sin embargo, la kriptonita llegó en forma de orden de captura y un juicio que tras dos años aún no ha llegado.

Psicología de un superhéroe

¿Qué poderes convierten a una figura en superhéroe? A Capitán América las habilidades atléticas, a Spider-Man su gran inteligencia y a Superman su fuerza sobrehumana. A este superhéroe zuliano el poder se lo concedía su vocación de servicio y una lucha desinteresada en defensa de los habitantes del estado. Para mi, un fanático de las historietas y cuya infancia vivió los años dorados de los cómics, la «profesión» de superhéroe sólo puede ser algo vocacional y no un capricho o un pasatiempo. El héroe no se hacía sino que nacía ya con una predisposición. Si bien se le puede dotar de poderes a un individuo o incluso nacer con ellos, si no sentía la vocación de ayudar era inútil forzar las cosas. Y esa vocación era la que derrochaba este servidor.

Comenzó como agente de la antigua Policía del Estado Zulia, para luego desarrollar su carrera policial en la Dirección de los Servicios de Inteligencia y Prevención, de donde salió jubilado con la jerarquía de Comisario. Secretario de Defensa y Seguridad Ciudadana Zulia fue el último cargo que ostentó, no sin antes ser director de la Policía Regional del Zulia en dos ocasiones y crear durante su gestión grupos especiales de patrullaje urbano, brigadas, el Comando Unificado Antisecuestro y el comando motorizado de San Francisco, Cabimas y Ciudad Ojeda.

Un centenar de cursos de preparación profesional con las policías italianas, colombianas, estadounidenses y reconocimientos regionales, nacionales e internacionales engrosaron su currículo y lo ayudaron a ganarse la confianza de la población. Era el 911 atendido por su propio dueño. Un servicio «delivery» pero de seguridad en un estado tan difícil como el Zulia, fronterizo y complicado. Si era víctima de un robo de vehículo, atraco o secuestro, él mismo atendía su teléfono para brindarte soluciones. Más de una vez debí recurrir a esta especie de teléfono de emergencia (como el rojo de Batman) para pedirle ayuda en el secuestro de dos amigos. En ambas ocasiones confirmé que lo que él te decía en esas situaciones era palabra y obra. Si él no podía, era porque no se podía.

Sabías que estaba armado pero nunca las mostraba.Tenía fortalezas pero nunca las exhibía. En nuestro sistema estamos acostumbrados a sentir que un arma nos da seguridad y prácticamente en todos los sistemas del mundo es al revés, la presencia de un arma lo que genera es inseguridad. Y esa era su filosofía: la seguridad es un sentimiento que había que sentir, mas no mostrar.

Era policía y a la vez gerente. Nadie sabía cómo hacía para manejar tantas tareas al mismo tiempo sin perder el buen humor o desaprovechar alguna oportunidad de chiste que aliviara la tensión. Desde el escritorio coordinaba la seguridad de todo un estado sin perder el don de la gente. tal vez por eso sufría de más con algunos casos que le tocaba atender y por eso siempre se empeñaba en resolverlos. Nunca negaba un favor y eso es algo que se le pudiera considerar un defecto a este súperheroe: no poder decir «No».

Los casos de secuestro eran los que más le afectaban, pero ninguno como el de aquel avión estrellado en la Sierra de Perijá, que cubría la ruta entre Panamá y Martinica. 160 pasajeros y ningún sobreviviente. Una tragedia en la que debió observar un tenebroso y húmedo paisaje de cadáveres y partes de cuerpos quemados, que lo hicieron despertar varias veces a medianoche con pesadillas y sudando frío.

Su trabajo era sinónimo de ajetreo. A su oficina en el edificio de la Secretaría de Defensa llegaba cualquier cantidad de personas con peticiones. En pocos minutos su agenda ya tenía entre setenta y ochenta personas en cola esperando su atención. Desde el que necesitaba una medicina hasta el que le robaron el carro querían hablar con él y es que veinticinco años de carrera le ganaron una buena reputación entre los ciudadanos y, sobre todo, entre sus colegas. Siempre estaba atendiendo a alguien u orientando a alguno de sus subordinados, hasta la ortografía llegó a corregirle a más de uno de sus informes. «El que no aprende con el Comisario es porque no quiere aprender», decían de su pedagogía con los novatos.

Ser policía era algo que llevaba en la sangre y sus más cercanos loe entendían. Muy poco tiempo pasaba en su casa pero cuando lo hacia se dedicaba de lleno a su familia. Colaborador, su esposa siempre dice que tras la apariencia ruda hacía los quehaceres de la casa como cualquier esposo diligente y capaz hasta de atreverse en la cocina. De sus años de adolescencia le quedó un amor por el fútbol, sin embargo, ya fuera jugando tenis, béisbol, básquet o cualquier otro deporte, sabía defenderse.

Su título en Derecho de LUZ se complementaba con su labor como policía. La justicia más que un trabajo era una cualidad en él. Es por eso que imaginarlo como víctima de una injusticia tan pública es una verdadera ironía.

Capturado

Fue un sábado de septiembre de 2007 cuando encendí el televisor y me conseguí con la noticia de que le superhéroe había sido capturado. Eran las once d ella noche y aún se encontraba en su oficina como cualquier otro día de trabajo cuando un comisario de CICPC lo llamó para informarle que tenía una orden de aprehensión con su nombre, pese a haberse presentado en tres ocasiones consecutivas en la sede de Ministerio Público al recibir las acusaciones de autor intelectual de un crimen que hasta el día de hoy aún no tiene autor material.

No había terminado de cerrar la llamada y de haber acordado trasladarse él mismo al Ministerio Público, cuando tres convoy con 180 funcionarios del Ejército y Guardia Nacional portando granadas, fusiles y pistolas tocaron a su puerta. Los acompañaban un comando de motorizados de Polimaracaibo, dos helicópteros, diez patrullas y seis camionetas. Toda una asombrosa caravana que lo llevó esposado de pies y manos hasta el Ministerio Público, luego a los tribunales, para terminar el penoso paseo en el Cuartel El Libertador, donde estuvo preso por un mes a la espera de conocer los cargos que se le imputaban. Ese día militarizaron Maracaibo. Puente y aeropuerto  tenían efectivos y operativos por doquier. En cinco minutos había pasado de Secretario de Defensa al delincuente más peligroso y temible del país.

¿Los cargos? Supuesta comisión de homicidio intencional calificado en grado de complicidad; privación ilegítima de libertad, en grado de complicidad; y quebrantamiento de pactos tratados internacionales. Sentenciado a juicio sin pruebas, con la ayuda de dos testigos falsos y aún sin tener claridad del autor material fue recluido en el Centro de Procesados Militares de Ramo Verde. De ocho imputados que tienen por el crimen que se le acusa, nuestro protagonista es el único preso, acusado de autoría intelectual. Dos años han pasado y catorce han sido las veces que ha sido suspendida la audiencia preliminar para siquiera tener una oportunidad para alegar su inocencia.

Es evidente que el juego al desgaste ha sido la técnica de sus enemigos. Sin embargo, para él lo más duro de la cárcel es la distancia con su seres más queridos. A la espera de un juicio que nunca llega, no está ante la búsqueda de una medida cautelar sino de su plena libertad, seguro de su inocencia. «A quienes nos encontramos de manera injusta privados de la libertad, los días se nos hacen kilométricos y las noche interminables», llegué a escucharlo decir en una de las entrevistas que ha concedido desde el teléfono público y con los minutos contados, desde su improvisado hogar sin puertas, sólo barrotes.

Antes su rutina era perseguir criminales. Se despertaba a las cinco de la mañana y ni sus propios escoltas podían seguirle el trote, le decían «incasable», porque aún habiéndose acostado hace cuatro horas, lograba madrugar para comenzar el día yendo al gimnasio. A las 7:30 ya estaba de regreso a casa, desayunaba y de allí al trabajo sin hora de regreso. Si no podía realizar su rutina de ejercicios en la mañana, lo hacía de tarde o de noche, pero jamás dejaba pasar un día sin hacerlo. El almuerzo y la cena las compensaba comiendo algo rápido en el trabajo y a deshoras. Hoy la rutina es otra: despertarse temprano pero para limpiar su calabozo; lee la Biblia y los demás libros que le envía su familia desde Maracaibo; realiza flexiones, observa fotos de su familia y reza porque la pesadilla acabe pronto.

*DONDYK+RIGA*

DONDYK+RIGA

Hoy veo en prisión al superhéroe que conocí y me invade un mezcla de tristeza y duda. Tristeza por ver a mi ídolo de adolescencia encerrado y duda porque de haber sido en verdad un superhéroe, no entiendo cómo un sistema lo coloca tras las rejas. Tal vez tengan o no razón, pero viéndolo desde mi humilde perspectiva no entiendo cómo fue posible que esto pasara. Todos cometen errores, pero ¿qué pudo haber pasado tan grave como para no dar siquiera el beneficio de la duda de que algún día volverá a ser libre?

Hace unos días leí en el periódico la promesa que ha hecho desde la cárcel sobre lo que hará una vez que sienta el viento en su rostro y en plena libertad: «Iré a las diferentes iglesias donde han orado por mi libertad, pasaré unos días con mi familia y me dedicaré a trabajar por mi país, estado y ciudad con más fuerza todavía». Como ya lo había dicho antes, la «profesión» de un superhéroe sólo puede ser algo vocacional y no un capricho…