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Ron Davis Álvarez atribuye su gusto por la música a su abuela. Frente a su casa funcionaba un núcleo del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela y, luego de escuchar tantas historias sobre ensayos y nombres de compositores, llegó su turno. Su abuela decidió inscribirlos a él y a su hermano para ocupar su tiempo libre después del colegio. Ser parte del liderazgo de la fila de los violines le permitió ser buen candidato para la educación. Más adelante participaría como tallerista, docente de instrumento, profesor de lenguaje musical, seccionalista y asistente de un kínder musical dentro del propio núcleo.
Ron se define en tres palabras: pasión, energía y constancia. Los mismos valores con los que enfrenta cada nueva experiencia fuera de las fronteras venezolanas. El año pasado tuvo la tarea de dirigir el Side by Side en Suecia, un campamento musical de verano, donde dirigió a 600 niños de más de 15 nacionalidades. Este año repitió, pero para su sorpresa eran 1.250, entre niños y jóvenes, haciendo música.
Orquesta de sueños
Los recientes enfrentamientos bélicos en Medio Oriente han provocado constantes olas de refugiados en toda Europa. Suecia no escapa de ello. En vista de la necesidad de trabajar por el futuro de nuevas generaciones, Davis logró un espacio para integrar socialmente a través de la música a niños y jóvenes refugiados. Siria, Afganistán, Somalia, Albania y Rumania son algunos de los países de origen de sus alumnos.
Su mayor desafío hasta el momento ha sido comunicarse con ellos, pero su trabajo no conoce barreras. La música es un idioma universal y a través de ella se hablan. “Entre todos nos ayudamos. Uno de ellos habla inglés y me ayuda a comunicarme con quién habla persa. El que habla persa, me ayuda a comunicarme con quién habla árabe. Algunos también ya hablan sueco, y yo cada día aprendo un poco más de sueco”.
Ayudarlos a sonreír es su principal reto al empezar el día. Los jóvenes refugiados han sido víctimas de guerras, malos tratos y violencia en las calles. “Es difícil, pero lo intentamos todos los días. Ellos sonríen en cada clase y eso para mí es la mayor recompensa”. Su más importante mérito, más allá de enseñarles a tocar un instrumento, es que aprendan a creer en ellos mismos, amar la música y luchar por sus sueños.
Su mayor inspiración es el maestro José Antonio Abreu, así que, siguiendo su ejemplo, pretende crear una orquesta que pueda formar docentes y permita multiplicar este trabajo con los jóvenes. “Siento mucha responsabilidad y quiero seguir trabajando por ayudar a pueblos, ciudades y países a desarrollar la filosofía del maestro, hasta en la luna si es necesario”.