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Soledad era apenas una niña que cantaba en el balcón con un piano imaginario, cuando su abuela le dijo con un tono solemne y profético que sería famosa. Unos años más tarde, siendo una estudiante subió al escenario del Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela con su trenza azabache y su guitarra; al entonar La Malagueña la sala se vino abajo de aplausos. Así la conoció la periodista Sofía Imber quién la invitó a su programa de televisión marcando el inicio una trayectoria artística de más de cuarenta años.
En una familia donde la abuela cantaba y tocaba el pandero, la madre hacía agradables armonías, el tío era violinista profesional y el padre era amante de la música clásica, la música fue algo natural en Soledad. Con sus versos y acordes canalizó su sensibilidad por la justicio social arraigada en la experiencia de vivir la crudeza de la postguerra española en el seno de un hogar humilde en la ciudad de Logroño. Venezuela significó para ella “salir del infierno y llegar al paraíso”, Catia se convirtió en ese lugar encantado donde disfrutó del sol, la alegría y la amistad, donde entró en contacto con esos ritmos que nutrirían uno de los más vastos repertorios de la música hispana: las rancheras, las guarachas, los boleros, los cantos venezolanos y las voces de Benito Quiros, Celia Cruz y Bola de Nieve. Aunque sus canciones iban apegadas a sentires y arraigos aparentemente locales, el público de México, Ecuador, República Dominicana, Perú, Puerto Rico y hasta el del mítico Luna Park de Buenos Aires se identificó con su obra, y su popularidad en los círculos de la resistencia española dio pie a un viaje de cinco años recorriendo Europa con sus presentaciones.
Teniendo siempre como norte la belleza, la emoción y la empatía con el público, logró unir la vida artística y profesional en una carrera que le ha permitido “cantar y ser feliz haciéndolo” en más de cuarenta discos, sin contar conciertos en vivo y producciones inéditas. Hoy lleva la vida de cualquier madre, abuela y ama de casa, junto al amor de su vida Antonio Sánchez, su hija Anasol y sus nietos Martín y Juan Andrés. Venezuela hoy le suena como “una marcha militar muy pasada de moda”, aunque se identificó con el pensamiento socialista rompió con el décadas atrás cuando se convirtió en estandarte de regímenes militaristas, como fiel defensora de la libertad sueña con ver a los venezolanos reconciliados, y espera solo disfrutar de la vida hasta que termine como el bolero “reposando entre rosas”. M. A.