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Con solo entrar a la casa de Antonio Romero Prieto se puede deducir por dónde irá la conversación. Ataviado en un traje completamente blanco que hace juego con las canas que ha acumulado durante los años, Antonio tiene tantas sonrisas como historias que contar. Su vocación de profesor se manifestó desde que estaba en el colegio, cuando optó por graduarse de la normal -que por aquel entonces era una opción-, y antes de terminar el bachillerato ya era profesor de primaria. Los tres años precedentes a su ingreso a la universidad y su experiencia en las aulas, lo llevaron a empezar una carrera en Letras de la que se graduó en 1970. Pero su inquietud lo ha llevado a explorar facetas que “venían de familia”, siendo la pintura la que más ha estado presente en su vida. “Vengo de una casa en la que sólo habían dos cuadros: uno del Corazón de Jesús y otro de la regleta de la luz”, cuenta sentado entre paredes forradas de dibujos coloridos. “Ahora me faltan paredes para colgar cuadros”. A pesar de dedicarle un tiempo significativo, su rol como profesor seguía latente y esa necesidad de enseñar con su inquebrantable inquietud lo llevaron a ser, desde profesor en la Cárcel Nacional de Maracaibo, hasta profesor a dedicación exclusiva de la Universidad del Zulia, un recorrido que transitó sin descuidar nunca sus demás aficiones. Entre la literatura y los lienzos se inmiscuyó hasta borrar los límites entre ellos para crear una de sus producciones más nutridas: sus propias representaciones de los personajes de Sobre la misma tierra, su libro favorito de Rómulo Gallegos. Su amor por el estado que lo vio nacer lo ha llevado a recorrerlo de extremo a extremo y de esa travesía nació Recorriendo al Zulia, un libro en el que están plasmadas sus experiencias como viajero local. Precisamente ese afán por suplir la carencia de amor propio al Zulia y una serie de estudios en el área de Orientación lo impulsaron a ofrecerse como preparador de reinas para la Feria Internacional de La Chinita, pues observaba que quienes se postulaban para el título apenas conocían lo que representaba. “Me ofrecí un día que la presidenta del comité llegó a la tienda de Algimiro Palencia, de quien soy socio, a pedir unos trajes para el concurso de ese año”. Creó el cargo en el que trabajó gratis por meses hasta que su trabajo cobró importancia y hoy por hoy, completa ocho años disfrutando de uno de esos pasatiempos retomados luego de su jubilación. Desde la sala de su apartamento termina la conversación contando cómo desde su sillón puede ver, detrás del lago, a los Puertos de Altagracia, el pueblo en el que nació y que sigue siendo fuente de inspiración en la vida y obra de uno de sus hijos más ilustres. M.G.V.