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https://www.tendencia.com/2009/ronald-gonzalez/
Hay seres que sólo pueden definirse a partir de su sonrisa noble. Seres pertenecientes a mundos impolutos que cuentan historias con su caminar. Por lo general son escritores o en casos excepcionales poetas, pero Ronald González se las ingenió para ser un escritor que, a costa de la poesía, se convirtió en el cronista de la ciudad. Cuando este comunicador se mira al espejo no ve a un periodista, pero reconoce con gratitud el oficio como el inicio de su todo: “En bachillerato siempre era yo quien escribía la introducción y la conclusión de los trabajos. Mi sueño era ser Jefe de Redacción de Panorama. El periodismo nos da las herramientas para saciar la sed de información, pero me gusta escribir de forma que quien lea sepa que uno está enamorado de lo que escribe”. Mirando atrás cae en cuenta de que su profesor de Castellano, Héctor Sánchez Molina, fue su portal hacia la poesía: “Nos ponía a inventar redondillas y recitaba poemas de memoria. Mi libro no publicado, El Digno Oficio de Soñar, está dedicado a su memoria”. Confiesa con humildad que el diarismo no es lo suyo. Trabajó en La Verdad, fue redactor del departamento de Educación Ambiental del ICLAM y luego de JR Publicidad: “Ahí me botaron creo que por poeta; al parecer mi manejo del lenguaje era muy elaborado, jeje”. Pero su vida cambiaría al llegar a su hogar el cual, como sucede con frecuencia en las historias modernas, estaba dividido en dos: Ball Multimedia y Tendencia: “En el 98 respondí a un aviso de prensa solicitando un redactor para guiones de radio y tv. Eso me llevó a mi gran maestro, el cineasta Ricardo Ball, quien me encargó varios textos sobre el casco urbano. En el 2000 me llamó la primera editora de Tendencia, Nathalie Morillo, y me ofreció la sección Documental. En Tendencia viví la mayor parte de mi ejercicio profesional y lo único negativo en los siete años que trabajé allí fue la batería que me robaron mientras hacía un artículo sobre la Plaza Bolívar”. Así empezó el idilio de Ronald y la ciudad. Así se enamoró de ella. Aunque hoy su pluma está a un lado, luego que dejara las letras para administrar la bodega de su familia en Los Haticos por arriba, su amor verdadero es innegable: “Me enamoré de la ciudad porque me la encargaron. Quiero que los marabinos tengan una relación con Maracaibo, que caminen por Padilla y sepan quién fue José Prudencio Padilla… Para mí ha sido un orgullo haberle dado ese acercamiento al lector, haber dejado por escrito una referencia sobre el pasado. Además, la experiencia me brindó momentos maravillosos, como el haberle llevado una mano de guineos blancos al cronista Kuruvinda, a quien tanto le encantaban. Hoy mi vida es sevir a mi vencidario, que es un poco como escribir. No hay comerciante común y corriente. Soy una poeta que vende”. C.W.