GRUPO TENDENCIA

Anna Vaccarella: Eduardo, el maestro

Anna Vaccarella: Eduardo, el maestro

http://www.tendencia.com/2018/anna-vaccarella-eduardo-maestro/

Anna Vaccarella: Eduardo, el maestro

Revista

26 febrero, 2018

RAMOS, Genesis

“Era 1994. Después de la Semana Santa, decidimos grabar un programa en el infierno. La verdad nunca pude calificar de otro modo a Tocuyito, El Dorado, Sabaneta y el Retén de Catia (cárceles de Venezuela)… Justamente en este último penal, hoy inexistente, se desarrolla parte de esta historia protagonizada por Eduardo, el pran de una torre donde solo había escaleras. Sí, escaleras y descansos cada ciertos tramos. Los hombres dormían suspendidos en hamacas improvisadas con sábanas que a mitad de la noche se caían unas sobre otras. En medio de ese hacinamiento se imponían el orden y las reglas de Eduardo. ‘Anna, por cada escalón me pagan 500’, recuerdo que me dijo, ¡convencido de que eso era lo justo! Guiada por él estuve dos días en La Torre, viendo, descubriendo, desplazándome con mucha dificultad ante la cantidad de reclusos que más que una condena, pagaban una tortura… Después de unos seis meses estaba yo en otra aventura periodística. Ahora metida hasta las rodillas en El Guaire, la gran cloaca de Caracas. Allí, en ese submundo de miseria, se desarrolla la otra parte de esta historia. Mientras mi anfitrión de una manera morbosa intentaba impresionarme luchando contra una gigantesca rata, que en el pantano de esas fétidas aguas estaba en dos patas aferrada a un palo con el que el sujeto intentaba someterla, escuché un hilo de voz que me llama por mi nombre desde la ribera.
Al voltear veo a un hombre delgado con un saco de latas al hombro a quien no reconocí. Seguí yo entonces dentro de El Guaire presenciando aquella escena, digna de una película de terror entre la rata y mi entrevistado, pero mi cerebro intentaba dar con esa cara que me había intentado saludar… De pronto vino a mi memoria la respuesta: ‘¡Es Eduardo!’, me dije. Inmediatamente avisé al equipo de producción para que corriera a buscarlo, ya que al sentirse ignorado por mí, él había seguido su camino. Cuando estoy frente a él veo a la sombra del hombre que había conocido seis meses atrás en la cárcel. Estaba flaco, pálido, temeroso, hablaba bajito y tenía un saco de latas al hombro. ‘Eduardo, ¡qué bueno que estás libre!’, le dije. ‘No Anna, yo no me hallo aquí….quiero volvé pa’llá’, me dijo con voz entrecortada. Yo no entendía nada. ¿Cómo podía este hombre querer volver a aquel infierno? ¿Cómo comprender que era en la cárcel donde se sentía realmente libre y no en la calle? Aprendí tanto de aquellas palabras. Me sacudieron… 24 años después las recuerdo con absoluta claridad. Nunca supe más de Eduardo, no sé si logró llegar a la cárcel o murió en el intento. Lo que sí sé es todo lo que aprendí gracias a haberlo conocido”.