7 agosto, 2023
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VALCARCE, Javier
“La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo”, esa frase del dramaturgo belga Maurice Maeterlinck, resume lo que puede ser la inmigración. En 1999, cuando Andreina Espino tenía 19 años de edad, quería un futuro, aspecto que los jóvenes no vislumbraban con mucho entusiasmo en Venezuela. Al venir de una familia víctima de la inseguridad en su país, y con pocas esperanzas de lo que veía en su entorno, se centró en una oportunidad académica en Miami.
“Llegué como estudiante, por supuesto que fue un cambio porque era la primera vez que vivía fuera de mi casa. Inmediatamente sentí la diferencia en la dinámica universitaria, no había esa complicidad entre compañeros, era mucho más fría la actitud de la gente”.
Dejar a sus familiares, amigos y “lo rico que era vivir en Venezuela en esa época” le costó lágrimas y la duplicidad de vivir con la mente en dos lugares. A esto se suma la hazaña de todo inmigrante: nuevas reglas, documentos y responsabilidades con la nación; todo esto con un propósito que le devolvería la esperanza: “Vivir tranquila a nivel de seguridad, sin miedo y saber que si trabajas duro puedes avanzar y alcanzar tus metas”.
A medida que el tiempo pasaba, tomando las riendas de su nueva vida y enfocada en su carrera como Diseñadora Gráfica del Bachelor of Fine Arts con especialización en Digital Marketing en el Art Institute de Fort Lauderdale, su regreso a Venezuela iba desapareciendo, puesto que la situación política “empeoraba”, asegurando cada vez más su estadía en Estados Unidos. Hoy día, la constancia y enfoque dieron sus frutos como empresaria, al fundar Brainwave Advertising, dirigir campañas de importantes marcas internacionales y personalidades del ámbito artístico e impartir su conocimiento a través de su canal en Youtube, conferencias y talleres en varias ciudades del mundo, a la par de concretar una vida familiar junto a su esposo e hijo.
En su corazón quedan sus mejores recuerdos, “las mejores vacaciones, amigos, el olor de Caracas, el sonido de los pájaros que se escuchaba en mi casa que estaba pegada al Ávila y la gente”.
Pero, a pesar de ello, de “siempre sentirse extranjera”, Andreina se afianza en lo que la incertidumbre le ha puesto en sus manos al paso del tiempo, al arriesgar lo conocido, al enfrentar el reto de lo nuevo y reponerse sentimentalmente de las distancias: “Tu casa es donde vives, no importa el país en el que te encuentres, crea tu hogar, haz nuevos amigos, y sigue adelante. Siempre pensando en dejar el nombre de tu país natal en alto. Sé un orgullo de tu país en el extranjero”.
