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¡Adiós luz, que te apagaste!

¡Adiós luz, que te apagaste!

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¡Adiós luz, que te apagaste!

Revista

Acepte de una vez que le teme a la oscuridad. En Venezuela nadie lo puede juzgar porque aquí el miedo a que un día pasemos de país petrolero a comuna menonita se programa de una a dos horas.

15 marzo, 2014

 

 

Dondyk+Riga

 

Al quedar sumido en un negro total que no te permite ver ni la pata de la mesita de café que espera en posición de ataque a tu meñique, el miedo te paraliza, pero no se trata de una regresión a la infancia ni a tiempos ancestrales donde los enemigos se escondían en la penumbra, sino de la incertidumbre de saber que desde que iguanas y pájaros kamikazes atacan el sistema eléctrico nacional, el regreso de la luz tampoco tiene horario ni fecha en el calendario.

 

Lo primero que debes hacer para sobrevivir a un apagón, programado o no, es lanzar un improperio contra todo aquel que se haga llamar político, a los de ayer por hacerlo mal y a los de hoy por arreglarlo peor. Hágalo de una vez porque además del calor tendrá que soportar el insulto ahogándolo por el próximo par de horas. Hágalo en nombre de los archivos de Word que se tragó la oscuridad para jamás volver.

 

Ahora, asuma que está en una serie de J.J Abrams y aférrese a su kit de supervivencia que debe incluir velas, linternas, un ventilador recargable y todos los dispositivos tecnológicos que ha aprendido a cargar de manera casi compulsiva “por si acaso”.

 

Después de navidad el apagón es el mejor momento para reencontrarse con la familia y los vecinos quienes migrarán a un área común donde esperarán y hablarán de cada tema que sus mentes puedan concebir: noticias, música, política, películas y el embarazo de la prima. Repetirán este ciclo hasta sentir que han creado una especie de Breakfast Club de la oscuridad, aceptando que cada uno es “un cerebro, un atleta, una inadaptada, una princesa y un criminal” porque si algo tiene el apagón es la capacidad de igualarnos.

 

Al bañarte para socavar el calor te encuentras con el agua helada que abandona la tubería sin intercepción del calentador. Si intentas preparar la cena te consigues que en la nevera (que no sabes si volverá a prender) se derrite el pan de cada día y tendrás que aceptar que Hollywood te mintió, la luz de las velas tiene poco de romántico y ahora ni puedes disfrutar de esa falacia porque reservas la pila de la laptop para cargar el smartphone.

 

Intentarás desesperado conectar algún aparato a un enchufe inerte y agradecerás que en la oscuridad la estupidez pasa desapercibida. Estarás desconectado del mundo, los temas de conversación se acabarán, no sabrás dónde termina tu piel y donde comienza la sabana, delirarás pensando que aunque vives en un país petrolero estás a un paso de ser amish.

 

Cuando estés a punto de leer pasajes de la biblia y batir mantequilla, regresará la luz. Dormirás tranquilo con el frío del aire acondicionado pero con el miedo latente a enfrentarte a la oscuridad que cuestiona si podremos regresar a la normalidad, y no me refiero a que los bombillos vuelvan a brillar.