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Dicen que nunca es tarde para volver a empezar y la historia detrás de la doctora Ana de Adrianza confirma tal dicho. Desde pequeña la medicina le coqueteaba y así lo recuerda de sus tardes de juego en los que ella era la primera –de sus ocho hermanos– en personificar a la enfermera que curaba a heridos imaginarios. Y aunque desde allí sabía que lo suyo eran las batas blancas y los quirófanos no fue sino hasta graduarse de cirujano, y con varios años de docencia a cuestas, cuando respondió a su verdadera vocación: la nutrición.
Mientras vivía en los Estados Unidos, la doctora Adrianza realizó una investigación sobre los efectos del alcohol en el sistema nervioso central, el cual despertó su curiosidad por la nutrición: “Un Día de las Madres pedí de regalo una colección de doce libros sobre dietas, tratamientos naturales y comida saludable; preferí éso en vez de perfumes o ropa”.
Una vez terminada su misión en el exterior y faltando tres años para jubilarse de profesora titular de LUZ, esta marabina decidió hacer de su pasatiempo una profesión: “De un momento a otro se me ocurrió, ¿por qué no entrar como oyente a las clases de nutrición si siempre me llamó la atención?”. Aun no sabe si fue destino o casualidad, lo cierto es que nunca pudo ser solamente una oyente. Era época de inscripciones y en menos de quince días conseguió las notas de sus estudios cursados quince años atrás, las cuales le permitieron aligerar su nueva aventura con equivalencias.
Ser profesora de Farmacología y a la vez estudiante de nutrición la rejuveneció tanto que su edad es sólo un número. En tres años se graduó con los máximos honores y ya en poco tiempo ejercía con consultorio propio e inmensas ganas de ayudar a sus pacientes, en especial a aquellos con altos índices de masa corporal (sus “gorditos” como les dice con un cariño sincero): “Ver cómo a una persona le cambia la vida al rebajar es satisfactorio, y más aún si todo ese esfuerzo se acompaña de la base científica y no se deja nada en manos del empirismo”.
En ocasiones la doctora Ana de Adrianza ni reconoce a sus pacientes en la calle por el cambio de peso que alcanzan. Sólo éxito es lo que se puede esperar de personas que, como ella, creen que nunca se termina de aprender, por más tarde que se haya comenzado: “Para mí el conocimiento es infinito”. – A.B.