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Juan Andrés Rodríguez, talento a rienda suelta

Juan Andrés Rodríguez, talento a rienda suelta

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Juan Andrés Rodríguez, talento a rienda suelta

Perfiles

1 octubre, 2007

DONDYK+RIGA

La industria hípica venezolana es la segunda fuente de empleos del país y genera unos cinco mil millones de bolívares semanales. La cadena empieza desde el jugador que apuesta al ganador con la esperanza de la fortuna fácil, y sigue hasta el empleado del hipódromo y el jinete. Pero hay un actor que desempeña un papel fundamental, el entrenador hípico, ese hombre que conoce cada caballo y lo conduce al triunfo, el mismo que decidió encarnar Juan Andrés Rodríguez cuando dejó su profesión de administrador de empresas para dedicarse por completo a su pasión: “Vengo de una familia de criadores. Un familiar de mi papá tenía un haras cerca del hipódromo y desde niño me escapaba de clases para ir a montar a mi mascota: un caballo. Me levantaba a las seis de la mañana emocionado y no había formar de bajarme. Con el tiempo me convertí en aprendiz de un famoso entrenador y un día decidí que quería hacer de esto mi forma de vida”. Y lo logró exitosamente. Hoy Juan Andrés cuenta con su propia empresa, que maneja noventa de los quinientos caballos del hipódromo de Santa Rita, y ha obtenido en siete oportunidades el máximo reconocimiento que un entrenador puede recibir: el Casquillo de Oro. Cuenta con un equipo de cuadra de primera, integrado por capataces, veterinarios, herreros y jinetes. Junto a ellos ha ganado siete campeonatos en el hipódromo y cristalizó entre 2005 y 2007 dos de sus mayores orgullos: Cristal Candy y Signorina Vale –quienes con dificultad posaron para el lente de Tendencia–, dos briosas yeguas Triple Corona de las tres que ha visto la historia del hipódromo de Santa Rita. Juan Andrés ha bebido las mieles de la fama en un submundo de apostadores y datos, que cada vez le hace más difícil pasar inadvertido: “Este cargo es muy público. La gente te reconoce y te pide consejos para sus apuestas. A veces me vuelven loco”. Pero aún así, disfruta su profesión, la cual complementa como docente en la Escuela de Jinetes: “Este es un trabajo absorbente y arriesgado, pero las satisfacciones lo valen. Los caballos no hablan pero tienen muchas formas de comunicarse, y yo los entiendo. Me paro en las mañanas con el ánimo y la emoción de pensar en qué voy a hacer. Tal como me sucedía cuando era niño y dejaba mis obligaciones para jugar con los caballos. Definitivamente mi trabajo no es una obligación; hacer esto es un placer”. C.W.