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Maritza Serizawa, intimidades de un secuestro

Maritza Serizawa, intimidades de un secuestro

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Maritza Serizawa, intimidades de un secuestro

Revista

1 febrero, 2001

MAVAREZ,Argenis

El sufrimiento vivido durante el secuestro ya no la inmuta, se percibe salida y sosegada. Sin embargo, tiembla y alguna lágrima impertinente corre por su rostro de facciones milenarias. Es el instante justo en que Maritza Serizawa narra los infinitos días transcurridos en cautiverio. Quizás la resistencia de Samurai, heredada de sus ancestros, le permitió sobrevivir a los seis meses mas duros de su vida, en un lugar, que define como «en penumbra» y donde llegó a perder la noción del tiempo. Irónicamente el período del rapto la separó de la inagotable luz de Maracaibo, para encerrarla en un cuarto oscuro, donde dijo que comía y dormía. «Deje de escuchar cosas tan naturales como el ruido de la ciudad, los pájaros y el llanto de los niños, sonidos con los que estaba familiarizada».

Ya liberada y consciente del problema del secuestro en la región, la pediatra nunca pensé que podía ser protagonista de la conmoción pública que su caso generó, hasta el punto de perder su anonimato en el que siempre estuvo circunscrita su vida hasta el pasado 22 de febrero del año 2000, cuando tres hombres decidieron llevársela y desviar el rumbo de su cotidianidad. Muchas son las imprecisiones que acerca del secuestro tiene la doctora Maritza; prefiere no hurgar en los detalles registrados por la prensa y los cuerpos de seguridad del Estado. La vida súbitamente la estremeció con este hecho y todavía no logra entender el porqué  le sucedió. «Creía que la gente que podía ser secuestrada eran solo los ganaderos y políticos».

En medio de las aceleradas pulsaciones, la excesiva transpiración, el miedo a lo desconocido y lo absurdo de todo aquello, la reconocida especialista en gastroenterología infantil expresa que cuando la despojaron de las pertenencias, entre ellas su reloj, comenzó de inmediato a hacer pequeños nudos en una cinta del pantalón que llevaba para el momento del plagio. Esta fue la única forma en que ella creyó poder contar el número de días que llevaría en ese lugar, manifestó.

El tipo de comida que le daban también sirvió para establecer la diferencia entre la mañana , la tarde y la noche. «Me alimentaba de manera normal y nunca exigía un plato diferente; tampoco sabia que pedir en aquellos casos». Confiesa que fueron momentos horribles y que solo lograba consolarse pensando que en dos semanas todo terminaría. «Pero si me hubieran dicho que serían seis meses… habría muerto».

Dijo estar mas tranquila y que lloraba menos. «Puedo hablar con mayor rapidez; eso no podía hacerlo recién liberada. Todo indica que estoy bien. Creo que no volverá a ser la misma». Reitera: «estoy bien . De hecho, mi papá me dijo que estaba muy bien por que peleo mucho».

¿Estuvo siempre en el país? 

-Ése era mi mayor temor, estar fuera del país. Creo que siempre estuve aquí.

¿Tuvo algún indicio que le permitiera saber que permaneció en el territorio nacional?

-No estoy segura; siempre me mantenían en la oscuridad y cuando me hablaban nunca levantaba a cabeza; además me quitaron los lentes y no veía nada.

¿Escucho otro idioma o dialecto?

-Algunas expresiones no las entendía y a veces hablaban con acento colombiano.

Con tono melancólico comento Maritza, que en alguna ocasión su madre le dijo que a los 70 u 80 años seguro se sentiría muy sola por el hecho de no estar casada. «Nunca imaginé estar tan sola»… dice y con un dejo de tristeza de exclama: «es horrible estar sola». En aquellos días se lleno de incertidumbre y vacío por no saber que pasaría a la mañana siguiente. «Uno mas o menos tiene planificadas las actividades diarias y ahí no podía hacer nada; entonces entendí como puede sentirse la gente en la cárcel: necesitaba leer, escribir y no podía hacerlo. De hecho pensé que is volvería a sucederme, lo primero que pediría seria un libro» -risas-

Un rosario escueto y alguna oración imploró Maritza al cielo durante los meses de secuestro.  Aún cuando ella y su familia profesan la religión católica, admitió no saberse las inagotables letanías y los Misterios del Santísimo Rosario. «Sin embargo las oraciones siempre me calmaban cuando estaba mas desesperada». En aquellos días ejercitaba su memoria enumerando a sus amigos porque, según ella, era la única forma de mantenerse en contacto con su realidad. Confiesa que pensó que se estaba volviendo loca cuando no pudo recordar el número telefónico de uno de sus hermanos.

«En aquela rutina aprendi el auto contro y la paciencia…Tengo mas fortaleza que antes; cualquier cosa no va a asustarme ahora. Jamás habría estado tan cerca de alguien que hace daño y al mismo tiempo nombra a Dios. Son unas de las cosas que no puedo entender; me imagino que ellos no se sentían tan mal haciendo aquello; de hecho me dijeron que por qué estaba tan asustada si no me iban a hacer daño». Como con un gesto de resistencia y rebeldía «juré en aquellos momentos no llorar delante de los plenarios. Me fije como meta no darles ese gusto… Pero no se si me oyeron llorar», admitió.

¿Puso en práctica alguna enseñanza japonesa para tranquilizarse?

-Mi cara es japonesa pero creo que de la tranquilidad japonesa no tengo mucho; nosotros somos una mezcla. Una amiga me dijo que yo había resistido a todo por lo inquebrantables que son los japoneses, quizás esto haya incidido, pero en términos generales la gente puede resistir ante lo adverso». Conocida la importancia que los japoneses adjudican al trabajo, Maritza prometió no mezclar las actividades profesionales con su vida privada. «Disminuiré el ritmo de trabajo para tener más tiempo para mi y para los incontables amigos que se sumaron a la campaña por mi liberación».

¿Qué otros planes tiene?

-Seguir en el país; no estoy traumatizada por lo que me pasó; por el contrario, tengo un gran compromiso con mis pacientes. No es que sea un Dios, pero la gente siempre le hace caso a uno por ser un servidor social.

Una vez liberada, la doctora explica que sus captores la dejaron en las adyacencias del Hospital General del Sur, al que entró sin pena ni gloria, pues al momento pasó desapercibida entre la multitud. Hasta que la mirada escrutadora de una de las señoras que atendía la recepción del centro asistencial reconoció el rostro palidecido de quien por mas de 200 días permaneció secuestrada.

Al momento de su llegada nadie la esperaba; solo canto con el gesto solidario de quien levanta una bocina para informar a la casa de los Serizawa que Maritza había regresado. De inmediato todos llegaron -la familia, los amigos, los mediadores, las autoridades y la prensa. A un año del secuestro Maritza Serizawa esta convencida de que Dios y la vida le ofrecieron una segunda oportunidad. Ahora, como ella misma lo manifiesta, valora los rayos de luz que entran por la ventana de su cuarto, el cielo por la noche, la risa de la gente , y hasta el llanto y los pataleos de sus sobrinos.